Desde octubre he estado trabajando en la segunda parte de La Hija Maldita, el segundo libro de Pueblos Perdidos. Tras pararlo por una agobiante lluvia de ideas que me han acosado estos últimos meses... pero que me han permitido publicar Alba (la sexta entrega de la Saga Ángeles Caídos) y adelantar un extenso trozo de Luminika (el segundo libro de la Saga Cazadores Oscuros, la continuación de Elektrika) me he conseguido centrar (y re-centrar) en El Templo Perdido. Si dispongo de tiempo suficiente, algo que nunca puedo asegurar, es posible que salga para finales de mes. En el peor de los casos espero que para febrero. Pero para aquellos que ya hace tiempo lo estáis esperando, os dejo aquí el primer capítulo. ¿Os gusta la portada?
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Bienvenida a casa
Sin Anthony Jobs, máximo responsable de
la guardia de Do-Urh, caminaba con paso firme, mirada perdida en el horizonte y
un cierto punto de preocupación. Tan solo había ostentado ese cargo durante
unas semanas, las justas para ser consciente que aquella responsabilidad era
más un castigo que no un premio por su trayectoria al servicio de la Diosa. No
podía esperar menos, teniendo en cuenta que le había propuesto para el cargo el
nuevo Rey, el joven explorador con mirada fría y actitud despreocupada que
había estado acechando desde el primer día a su protegida. Aina. Seguía
sintiendo un cierto vacío en el corazón cuando pensaba en ella. Algo, dentro de
él, le decía que estaba a salvo. Aina era una superviviente. Aunque pensar en
ella en tierras plateadas, entre hostiles plateados, era duro. Si sus
obligaciones no fueran las que eran, si el Rey Dexter no le hubiera anclado a
aquella tierra, a aquellas responsabilidades, hubiera ido a buscarla. O al
menos, lo habría hecho después de que Dexter y sus dos manos, en presencia del
consejo, la absolvieron de toda culpa en los sucesos que habían acontecido
aquella fatídica noche salvando así su honor y su vida. Dexter había sabido
mostrar mano dura aplicando la justicia, sin titubear. Ambos debían recordar
sus obligaciones para aquella que era su nueva casa, su nueva gente. Y los
problemas que tenían, y tendrían, durante los años venideros. La guardia de
Do-Urh estaba podrida. Mucho tenía que ver con aquello que durante los últimos
siglos su dirección hubiera estado en manos de Sir Thomas. Actualmente
degradado de rango y desterrado a la Ciudad de Oro, el antiguo Gran Maestro de
Do-Urh se había ganado el respeto a costa de crueles castigos que hacía que
muchos de los guardias se hubieran vuelto casi como si fueran vulgares
salvajes. Sin honor. Sin valores. Luchadores de élite, cierto. Pero cuyo ego y
cuya soberbia eran capaces de nublar su mente. Como había sucedido con el que
había sido uno de los favoritos de los Juegos de Honor y sus dos compañeros más
afines. La rabia es una emoción extraña, poderosa. Y peligrosa. Capaz de hacer
que aquellos tres guardias fueran capaces de atacar a uno de sus líderes. A la
Mano Izquierda del nuevo Rey. Era una gran traición, pero incluso con eso, su
muerte era una herida abierta en el pueblo de Do-Urh que los había visto
crecer. Y en la guardia. Tres jóvenes dorados muertos en algo que era un sin
sentido. Incluso sabiendo que ellos habían buscado su final. Sir Anthony no
podía evitar sentirse agradecido de que aquellos cadáveres a los que el pueblo
lloraba fuera el de aquellos dorados y no el de su protegida. Pero no todos
pensaban como él, especialmente dentro de su propio gremio.
No había sido fácil empezar a reorganizar
la guardia de Do-Urh. Probablemente tardaría años en conseguirlo. La Mano
Derecha de Do-Urh había sido una pieza clave para conseguir empezar a crear
unos nuevos cimientos. James había estado entrenando junto a aquellos chicos
durante largas horas y sus ojos despiertos habían sido capaces de ver mucho más
allá que lo que mostraba la superficie. Eran sus confidencias, sus consejos,
los que estaban ayudando a Sir Anthony a conocer los problemas con los que se
enfrentaría, poco a poco, entre los que eran sus nuevos muchachos. Intrigas.
Celos. Aquellos guardias habían aprendido a luchar para sobresalir, pero les
traía sin cuidado proteger a su pueblo al que muchos parecían menospreciar. Sir
Anthony sospechaba que la antigua Mano de Do-Urh era parcialmente consciente de
aquello. Aunque el problema era mucho más profundo, más oscuro, de lo que jamás
hubiera supuesto. Siempre había pensado que acabaría sus días en el viejo
Oráculo del Desierto. Junto a un pequeño grupo de guardias bien avenidos. Pese
a las excentricidades de las Visionarias, era una vida agradable, a la que se
había acostumbrado. Honrado por el Consejo y castigado por el Rey, ese futuro
había desaparecido del horizonte. Aunque Sir Anthony no podía evitar sentirse,
hasta cierto punto, afortunado. James era su intermediario. No tener que
consultar la mayor parte de sus actuaciones con el joven Rey era algo que no
tenía precio para Sir Anthony. Sentía una conexión con el joven guardia con el
que había compartido camino desde Nain. No en vano, el tutor del joven James
era uno de sus mejores amigos y el criterio de ambos era parecido. James, la
Mano Derecha de Do-Urh, habría sido un gran guardia. Y sin lugar a duda era una
excelente Mano. Lo demostraba día tras día. Se mostraba firme pero clemente y
siempre estaba dispuesto a escuchar los consejos de viejos que como él, habían
visto ya mucho mundo. Habría sido un buen Rey. Aunque no podía negarse que la
confianza que había depositado en él el joven Rey Dexter era una evidencia
palpable de que él también era consciente de las cualidades del que antaño
formaba parte de la guardia. James sería una buena Mano Derecha, justa y firme,
siempre dispuesto a servir a su Rey. Un rol que el joven Dexter probablemente
le hubiera costado mucho más de asumir. El nuevo Rey de Do-Urh era un hombre
hábil en la lucha y su inteligencia estaba a la altura de un Maestro. La forma
como había usado al Consejo para sus propios intereses al poco de convertirse
en Rey en una de las mayores crisis que debería haberse vivido en Do-Urh en el
último milenio lo evidenciaba. No era alguien del que fuera inteligente ser
enemigo. Sería un líder fuerte. Pero no podía negar que había algo oscuro en
él. Retador. Indisciplinado. Características que por definición, no eran del
agrado de un guardia. O no deberían de serlo. Difícilmente trabajaría bajo las
órdenes de alguien y empezaba a dudar de si incluso en su propio y selecto
gremio alguien era capaz de hacer valer su autoridad sobre él. No parecía
querer sobresalir. Otros se hubieran rodeado de Manos más débiles para
asegurarse simplemente sobresalir. El control. Do-Urh era una de las ciudades
doradas más grandes. Junto a Rotta-Dam el centro del comercio con el resto del
mundo. Y sin embargo, se había rodeado de unas Manos que mostraban la fuerza y
la justicia a las que se debían de forma elogiable. Aunque tal vez gracias a
eso podía seguir viviendo un poco al margen, en un segundo plano, como parecía
haber hecho desde que los Juegos empezaron. Estaba claro que seguiría siendo
una persona huraña con poco interés de interactuar con su pueblo pero teniendo
en cuenta que habían vivido bajo la tutela de un mago que solía vivir encerrado
en la biblioteca del registro, nadie se lo tendría en cuenta. Tardaría un
tiempo en ser consciente de que ya no era un explorador. Una criatura
silenciosa acostumbrada a trabajar por su cuenta desde las sombras. Un dorado
cargado de una aura de misterio y peligro del que había sido consciente desde
aquel primer encuentro en pleno mercado de Nain. Su escaso respeto por la
autoridad que él y Sir Elliot Grant habían intentado imponer en aquel momento
dejaba claro que no estaba acostumbrado a las jerarquías. Algo extraño si
realmente había crecido en la Ciudad de Oro. Dexter, el nuevo Rey de Do-Urh,
era un dorado excepcional pero también atípico. Afortunadamente, sus Manos eran
mucho más accesibles. Quizás fuera mejor así.
El joven erudito, la Mano Izquierda, era
próximo a la gente y sabía escuchar los problemas que poco a poco se le
presentaban. Conocía las leyes como si las hubiera escrito él mismo y la gente
acudía a él para pedir consejo. James estaba centrado en estabilizar los
problemas que había en la propia guardia de la ciudad, igual que él. Nada era
más peligroso que una ciudad fronteriza con una guardia dispersa y sin la
preparación adecuada. Fuerza bruta, sin estrategia alguna. La sombra de un
recuerdo. Un plateado corriendo por las calles de la ciudad, la que era ahora
su ciudad, a plena noche. Era una señal clara de las debilidades que aquella
ciudad, protegida tras dos grandes murallas, tenía en realidad. Dos firmes y
sólidas murallas que se alzaban de forma majestuosa y quizás les daba una falsa
sensación de seguridad. Los controles en la muralla interna eran distantes y
aunque solo un loco se plantearía escalar aquella estructura de firme piedra,
no era un imposible. Tiempo atrás algo así sería imposible. Pero el número de
guardias, igual que el número de dorados, había caído en los últimos siglos y
su gremio se había tenido que ir adaptando aquello. No podía cubrirse el
perímetro completo de la muralla con los puestos necesarios para garantizar que
la ciudad fuera totalmente estanca. Era una realidad. Los tratados de paz los
amparaban. Los salvajes jamás serían capaces de penetrar una fortificación así.
Pero incluso con eso, la realidad había puesto de manifiesto las limitaciones
existentes en las protecciones de su ciudad. Incluso si no tenía para nada
claro en cómo poder llegar a solucionarlas.
Hacía un par de semanas que el Rey no
aceptaba audiencias. Tras el juicio en el registro y la coronación, había
participado de forma comedida durante un par de días para desaparecer de la
vida pública finalmente. Quizás fuera por la pérdida de Aina. Empezaba a
sospechar, tras observar desde la distancia, que parecía realmente atento con
ella. Pese a su reticencia inicial no podía negarse que James confiaba en él. Y
el juicio del joven guardia era algo a tener en cuenta. A su manera, Dexter había
demostrado ser noble. Recto. Había aprendido a trabajar junto al guardia
durante los retos como si fuera un compañero ejemplar. Incluso parecía
dispuesto a defender al resto de aquel extraño grupo que habían formado junto
al erudito y la pareja de herreros. Y Aina. Su pequeña.
Entró en el registro para dirigirse a la
primera planta, a la zona reservada para el Rey y sus Manos. Sus dependencias y
sus salas privadas. Los guardias allí presentes le saludaron con palabras de
respeto. James había elegido personalmente cinco guardias para vigilar las
entradas del registro. ¿Cuál había sido su criterio? No lo tenía claro. Pero si
una cosa sabía Sir Anthony es que no había sido una decisión tomada al azar.
Era un muchacho extrañamente intuitivo para algunas cosas. O quizás fuera cosa
del explorador. No le extrañaría que conociera secretos, incluso de la guardia
de Do-Urh y de sus problemas internos, antes de ser Rey. Dexter sabía
demasiadas cosas. Quizás por esa curiosidad, casi malsana, que había demostrado
en varias ocasiones. Caminó por aquel pasillo con mucha más tranquilidad que
aquella primera vez, días atrás. Cuando las alarmas sonaron por Do-Urh y dos
miembros de la guardia acudieron a su posada para hacerle ir hasta el registro
sin mediar palabra. Ahora se sentía mucho más tranquilo, más seguro, que
aquella noche. Las puertas de la sala de reuniones estaban cerradas. Golpeó con
decisión sobre ella.
-Adelante. -le autorizó a entrar la voz
firme, cálida, de James.
Sir Anthony no dudó en poner su mano sobre
el pomo y hacer girar aquella belleza de oro puro haciendo que las viejas
puertas de madera se abrieran de par en par. Se sorprendió de ver al Rey
sentado junto a sus dos Manos. Hacía tiempo que no coincidía con el erudito.
Era un dorado con el pelo largo atado con una gruesa cinta a su espalda, un
punto más bajo y grueso que la mayoría de los guardias. Tenía las mejillas
sonrojadas, una gran sonrisa en el rostro y una expresión emocionada. Sus
pensamientos eran alegres, de eso no había duda. La expresión de James era más
serena, algo más propio de un guardia. Estaban acostumbrados a mantener las
emociones, los pensamientos, en un segundo plano. Aunque había cierto grado de
diversión en sus ojos. La pequeña cicatriz presente sobre una de sus cejas
estaba parcialmente oculta por un mechón rebelde que se había aposentado sobre
su frente. Sentado entre ellos estaba el Rey. Dexter. Su pelo dorado parecía
incluso más corto que la última vez que lo había visto. Su barba perfectamente
afeitada y su ropa negra con suaves hilos dorados le daban un toque elegante
que casi podrían disimular el resto de los cambios. Pero los viejos ojos de Sir
Anthony ya habían visto mucho y eran dados a apreciar detalles que tal vez a
otros dorados les pasarían desapercibidos. Sus pómulos estaban ligeramente más
marcados y había un ligero tono oscuro bajo sus ojos. Por algún extraño motivo,
el Rey de Do-Urh mostraba signos de haber pasado malas noches y no alimentarse
adecuadamente. Pese a esa evidencia, no había perdido esa mirada retadora
cargada de esa chispa de diversión que le daba un punto insolente. Dexter no
estaba en su mejor momento pese a que la expresión de sus ojos era alegre y un
punto irreverente.
-Sir Anthony. -le dijo Dexter señalando
una de las sillas de la mesa presidencial. -Bienvenido.
-Es un honor. -dijo Sir Anthony mientras
tomaba asiento.
- ¿Cómo van los problemas internos de la
guardia? -le preguntó Dexter dejando claro que conocía cada movimiento que
James daba en su nombre.
-Es complicado. Muchos de los guardias jóvenes
tienen una buena formación en combate, pero se ha obviado partes de su
formación que son tan o más importantes. -resumió Sir Anthony.
-Una forma suave de decir que no hay una
pizca de sentido común entre ellos. -le dijo Dexter con una sonrisa divertida.
-No tengo autoridad para negar las
palabras del Rey. -le contestó Sir Anthony, con un gesto afirmativo y una
ligera sonrisa en los labios.
-Al margen del tiempo, ¿qué más se podría
hacer para solucionar nuestro problema? -le dijo Dexter. -No podemos permitirnos
desconfiar de nuestros propios hombres.
-He estado pensando en esto. -dijo Sir
Anthony finalmente, con gesto inseguro. -Es complicado, por no decir imposible,
cambiar la forma de pensar, los valores, de casi un centenar de hombres. La
mayoría de los veteranos no eran acordes a la forma de actuar, de ser, de Sir
Thomas. Pero acataban sus órdenes dada su jerarquía sobre ellos.
-Continúa. -le animó Dexter.
-Actualmente tenemos identificadas cinco
manzanas podridas con las que hemos de ir con cuidado. Debo decir que solo dos
de ellos ostentan algún cargo dentro de la guardia. -continuó el anciano
guardia.
-De momento. -dijo Dexter con mirada
dura.
-No podemos degradarlos o castigarlos sin
una evidencia. -le contradijo Sir Anthony. -Hemos de esperar a que den un paso
en falso. De momento los tengo bajo vigilancia.
- ¿Y con los otros?
-Son guardias relativamente jóvenes, no
llegan a los dos siglos. Eran especialmente afines a Vladimir y hay rabia en
ellos, parte del duelo impuesto por su pérdida. Es posible que con el tiempo,
se pueda limar sus asperezas. De momento Sir Thorae se encarga de revisar sus
turnos para que no coincidan y no puedan retroalimentarse.
-James me dijo que habéis alejado a los
maestros Sir Gerard y Sir Lucas de los más jóvenes. -dijo Dexter con mirada
inteligente.
-Son los más influenciables. Desde la
muerte de Vladimir y la degradación del que había sido su máximo responsable,
no tienen claro qué pensar. Intento que pasen el máximo tiempo posible con
maestros más maduros, con un código de honor sólido y mantener a Sir Gerard y
Sir Lucas con otras tareas que les mantenga la mente ocupada. -admitió Sir
Anthony.
-Limpiar letrinas sería una buena opción.
-dijo James con una sonrisa ladeada mientras Feren reía por lo bajo.
-Discrepo. -dijo Sir Anthony intentando
frenar una sonrisa. -Estoy falto de líderes con los que formar grupos de
entrenamiento y de trabajo. Personas de confianza a las que quieran imitar. O
incluso impresionar.
- ¿No sería ese vuestro papel? -preguntó
Dexter con mirada interrogante.
-Estaría bien, pero lo cierto es que
muchos de ellos podrían ganarme en un duelo. -dijo Sir Anthony con una sonrisa
en los labios y humildad en la mirada. -Por si no os habías percatado, mi
fuerza y mi destreza no son los que fueron. Gajes de nombrar Gran Maestro a
alguien de mi edad con una guardia desestructurada desde los cimientos.
-Tan pronto y ya criticando mis
decisiones. -dijo Dexter con mirada divertida. Sir Anthony parecía dispuesto a
disculparse, pero James intervino.
-Sir Anthony se ha ganado el respeto de
muchos de los maestros del gremio. -dijo James. -Su posición como máximo líder
de la guardia es una de tus mejores jugadas estratégicas.
- ¿Una? -preguntó Sir Anthony con mirada
desconfiada.
-James que me sobrevalora. -le dijo
Dexter con una sonrisa inocente pero un brillo inteligente en sus ojos.
-Los jóvenes no buscan únicamente
sabiduría o experiencia. -dijo Sir Anthony volviendo al problema que estaba
entre sus manos si bien era consciente de que había más verdad en las palabras
de James que en la falsa humildad del Rey.
-Eso será en la guardia. -le interrumpió
Feren haciendo una mueca y se sonrojó al momento al sentir la atención de todo
el grupo sobre él. Para un escribano, la sabiduría y la experiencia eran dos de
los pilares de su aprendizaje. Un anciano disponía de gran cantidad de ambas y
en su gremio siempre se les respetaba como les correspondía.
-La fuerza es algo que muchas veces puede
estar sobrevalorado. -dijo Dexter con una sonrisa ladeada mirando a Feren con
gesto tranquilo, parecía satisfecho con la intervención de su Mano Izquierda.
-Pero estamos hablando de un grupo de ataque al que se le ha inculcado que un
espadón ha de vencer a cualquier rival mediante la fuerza bruta y no tienen
estrategia ni sentido común alguno.
-Es lo que hay. -dijo James haciendo una
mueca. -Hemos de ser consciente de nuestra realidad.
-De acuerdo. ¿Qué proponéis? -dijo Dexter
mirando a Sir Anthony.
-James sería un buen estímulo para
muchos. Su participación en los Juegos de Honor ha hecho que le admiren, tanto
por sus combates como por su humanidad. -admitió Sir Anthony.
- ¿Entonces? -añadió Dexter con mirada
inteligente. - ¿Qué es lo que no decís?
-James podría participar en algunos de
los entrenamientos. Perfeccionar sus habilidades en combate también podría ser
útil incluso siendo la Mano Derecha y ayudaría a consolidar las lealtades de
muchos de los jóvenes. -admitió Sir Anthony. -Aunque quizás deberíamos buscar
también nuevos aliados, guardias que se hayan formado bajo otras directrices y
que puedan instruir e inspirar a otros.
- ¿Sir Elliot Grant por ejemplo?
-preguntó Dexter con mirada inteligente mientras James sonreía al recordar a su
maestro.
-Estoy seguro de que Sir Elliot estaría
encantado de venir a hacernos una visita pero sus obligaciones para con el Gran
Maestro de Nain no le permitirían estar lejos de su ciudad durante demasiado
tiempo. -admitió Sir Anthony admirando la inteligencia viva que el Rey
mostraba. Él también había pensado en su viejo amigo. -Tengo en mente un par de
guardias jóvenes con una formación completa que estuvieron bajo mi tutela en el
Oráculo del Desierto y estoy seguro de que Sir Elliot estaría feliz de cedernos
algún guardia de rango intermedio que fuera de confianza si fuera consciente de
los problemas internos que tenemos.
-Incluso podríamos enviar alguno de
nuestros jóvenes guardias conflictivos con él. -dijo Dexter mientras pensaba en
aquello. -Distanciarlos entre ellos, que volvieran a hacer nuevas amistades con
nuevos valores. Podría funcionar.
-Al menos con los jóvenes. -dijo Sir
Anthony haciendo un gesto afirmativo aunque había signos de preocupación en su
rostro. No tenía para nada claro cómo conseguir encauzar a los dos guardias que
ostentaban altos cargos dentro de su gremio. Eran ancianos, no tanto como él,
pero lo suficiente como para dudar de que pudieran cambiar de perspectiva o de
forma de pensar de la noche a la mañana. El problema existente con Sir Gerard y
Sir Lucas no sería tan fácil de solventar.
-Jamás pensé que diría esto. -dijo Dexter
poniendo los ojos en blanco. -Enviad una carta oficial para invitar a Sir
Elliot Grant y a quién consideréis oportuno. En su visita les plantearemos
nuestra actual situación y vuestras ideas. Ya veremos dónde nos lleva eso.
-Sir Elliot es un buen hombre, si le das
una oportunidad te gustará. -le dijo James a Dexter con una sonrisa orgullosa
mientras rememoraba a uno de sus Maestros.
-En Nain todos lo respetaban y admiraban.
-añadió Feren con gesto solemne. Aun siendo la Mano, seguía siendo tímido y
algo introvertido. La presencia de Sir Anthony o de algún miembro de la guardia
aún le intimidaba.
-Os dejo recordando todas sus virtudes.
-dijo Dexter levantándose de la mesa, Sir Anthony hizo el intento de levantarse
y Dexter le puso la mano sobre el hombro. -No hace falta, estoy seguro de que
James querrá acabar la velada en compañía.
-Si me disculpa Sir Anthony, me gustaría
revisar unos pergaminos que tengo pendientes. -dijo Feren levantándose de la
mesa despidiéndose del guardia de forma respetuosa.
Ya solos, Sir Anthony miró a James. Sabía
que entre él y el que antaño fue un explorador, había lazos fuertes que
difícilmente serían vulnerados. Pero incluso con eso, tenía la sensación de que
el explorador ocultaba muchas cosas. Lo que no sabía era si James era
consciente de aquello. Y no tenía el poder, ni el derecho, de poner en duda el
juicio o los principios del que era su Rey.
-Supongo que un título no cambia de la
noche al día a una persona. -dijo finalmente Sir Anthony mirando la puerta por
la que el Rey y una de sus Manos habían desaparecido.
-Para nada. -admitió James. -Me alegraré
de ver a Sir Elliot. Espero que se sienta orgulloso de todo esto.
-Tenlo por seguro. -le dijo Sir Anthony
con mirada paternal. -Habéis demostrado estar más que preparados para asumir
esta responsabilidad. Desde la primera noche.
-Aquello fue una pesadilla. -dijo James
mirando el rostro de Sir Anthony que parecía más apagado. Triste. No habían
vuelto a hablar desde hacía tiempo. -Esta noche me gustaría que acompañaras a
los guardias de la puerta de acceso a la ciudad.
- ¿La puerta? -le preguntó Sir Anthony
con sincera curiosidad. James hizo un gesto afirmativo mientras se levantaba.
Sir Anthony le imitó, meditando aquello sin acabar de entender el mensaje
oculto. Un Maestro haciendo guardia en un acceso a la ciudad era algo poco
habitual. Un Gran Maestro a plena noche allí en medio, sorprendente. Por no
decir inaudito.
-Hemos de empezar a revisar las medidas
de seguridad y los puntos de acceso a la ciudad. -le contestó James. -Por algún
sitio hemos de empezar.
James tenía razón. Debía empezar a pensar
en cómo mejorar la seguridad de la ciudad. Sir Anthony hizo un gesto
afirmativo. Aquel era un día tan bueno como cualquier otro.
-El acceso principal está doblemente
vigilado. Hay un pequeño puesto interno en la muralla sobre los engranajes de
la puerta, parcialmente oculto, con dos tiradores y una campana de avistamiento
dispuesta para dar la alarma. -dijo Sir Anthony mientras pensaba en lo que sus compañeros
le habían explicado tras iniciarse en su cargo. Lo cierto es que no había ido
aún allí para valorar personalmente aquello. -La puerta es de acero revestido
en oro, difícilmente se podría abrir sin la ayuda de los mecanismos y los
animales que los hace desde el puesto interior. Las runas para activar el
sistema de apertura son solo accesibles desde el interior. Dentro hay un mínimo
de dos guardias y un escriba.
-Estaría bien asegurarnos de que todo se
haga correctamente y que se les dé el valor que les corresponde en su tarea.
Estoy seguro de que apreciarían que alguien con su rango pasara una noche
analizando nuestras medidas de seguridad en ese punto concreto. -le contestó
James. -Puede que incluso los propios guardias nos ayuden a ver algunos de
nuestros puntos débiles. Porque está claro que haberlos, los hay.
-Así lo haré. -dijo Sir Anthony haciendo
un gesto afirmativo. ¿Las puertas de la ciudad? ¿Pasar la noche allí con los
jóvenes guardias? Era una petición extraña. Se podría hacer la misma labor a
plena luz del día bajo el amparo del Gran Sol. Pero James tenía un sexto
sentido con algunas cosas. En las últimas semanas había demostrado que aunque a
veces hacía peticiones, sugerencias, que en un primer lugar podrían parecer
absurdas tenían un objetivo claro. Incluso en un guardia como James, la
influencia de Dexter empezaba a notarse.
Tres guardias vigilaban la gruesa puerta.
Una sólida estructura de metal dorado cuyo peso difícilmente sería capaz de ser
levantado por un grupo de hombres. Los animales pacían tranquilamente a pocos
metros y la gran rueda central descansaba inmóvil. Los símbolos sobre ella
permitían que el mecanismo se activara si se usaba la combinación apropiada. Un
plateado o un salvaje difícilmente sería capaz de elegir la combinación
correcta. Aunque aquellos símbolos no estaban ocultos y podían ser vistos desde
dentro de las murallas. Memorizados. Y compartidos. Era algo mejorable. Sobre
la puerta de metal, escondidos tras la gruesa muralla, había dos guardias más.
Dos pequeñas aperturas en la muralla les permitía observar el camino
tímidamente iluminado con varias antorchas que reposaba entre la muralla
externa y la interna. Un largo paseo que era necesario para llegar a la puerta
de metal que daba acceso a la ciudad. Armados con arcos o ballestas, eran los
vigías y también la primera línea de defensa. Junto a ellos, una campana
reposaba silente desde hacía varios siglos. La alarma. El aviso de intrusos, de
un posible ataque. Y pese a ese silencio, había habido un plateado caminando
por las calles del centro de Do-Urh durante una noche cualquiera. Casi debería
decir afortunadamente. Para desazón de la Diosa.
Tras la protección de las sólidas
murallas la oscuridad era penetrante. Pequeñas estrellas brillaban en el
firmamento mostrando su tenue luz en aquel manto negro. Los ruidos de la brisa,
los cascos de algún caballo y roncas voces lejanas que salían probablemente de
una taberna. Los dorados no amaban la oscuridad presente durante las noches.
Sus capacidades se veían mermadas porque sus sentidos solían estar agudizados
por el poder de su Diosa Aurum mientras el Gran Sol gobernaba el firmamento. Su
fuerza y su agilidad disminuían, sus sentidos quedaban parcialmente atenuados.
Los dorados tenían muchos motivos para no sentirse cómodos en aquel entorno.
Pero allí estaban esos jóvenes guardias haciendo su trabajo. Los turnos para
guardar la puerta de acceso a la ciudad solían ir alternándose. Era un trabajo
que nadie deseaba y además de ser usado como medida correctora en algunos casos,
los jóvenes que ascendían de rango pasaban a ser excluidos de guardar las
puertas durante la noche. Era algo por lo que valía la pena esforzarse. Pero
implicaba que los allí presentes, especialmente durante las noches, eran los
más inexpertos y los más jóvenes del regimiento. Algo que desde luego era más
que mejorable. Un buen arquero y un guardia con capacidad de dirigir al grupo
en caso de un asalto deberían estar presentes. No es que Sir Anthony esperara
que asaltaran a Do-Urh. Y estaba prácticamente convencido de que aquel plateado
había entrado excusado por algún vínculo comercial y simplemente se había
mantenido oculto tras el toque de queda. Algo que desde los últimos incidentes
no volvería a pasar. Se había prohibido el acceso al interior de la ciudad a
todo plateado dejando únicamente el acceso a los comerciantes, hijos de
Argentum, al espacio entre las murallas. Do-Urh dependía de algunas de sus
preciadas mercancías, así como del dinero que esos ricos comerciantes también
aportaban a la ciudad. Había revisado los registros con la esperanza de
encontrar un nombre, una pista con la que intentar llegar hasta el hombre que
salvó a Aina. Y con el que posiblemente desapareció de la ciudad. Algún error
debía de haber en los registros de entrada y salida que los eruditos
actualizaban de manera metódica. Teóricamente. Todos los plateados que habían
entrado en Do-Urh durante la última semana constaban con su registro
correspondiente de salida antes de la puesta del Gran Sol, según regían las
antiguas leyes del viejo Rey de Do-Urh. Pensar en un plateado viviendo dentro
de la ciudad, cuya entrada fuera más antigua, era incomprensible. ¿Por qué un
plateado querría vivir dentro de una ciudad dorada? Por no decir que estaba
prohibido por las leyes de ambos pueblos. Un espía. Un explorador tal vez.
Alguien con la capacidad de vivir al límite de las leyes. Quizás. Era una
posibilidad. De lo que no tenía duda era que la guardia debería revisar de
forma sistemática el trabajo de los eruditos y los escribas, en lo referente a
los registros de entrada y salida de la ciudad. No se podía permitir que un
plateado pudiera pernoctar en una ciudad dorada.
Pero incluso asumiendo que un plateado
vivía escondido dentro de su ciudad, quedaba otra gran pregunta sin respuesta.
Una incluso más preocupante. En lo referente a la seguridad de la ciudad, al
menos. ¿Cómo salieron? La muralla era una estructura firmemente construida. Su
altura no debía tomarse a la ligera. Escalarla y descender desde lo más alto
era bastante arriesgado. Los guardias que recorrían el perímetro de la muralla
interna eran pocos. No era algo imposible que un par de personas pudieran
cruzar la muralla entre dos puestos de vigilancia. Complicado. Desde luego.
Pero algo dentro de él, con un deje de orgullo, le hacía sospechar que Aina
sería capaz de una proeza así. ¿Pero un plateado? ¿A plena noche?
- ¿Quién va? -preguntó uno de los jóvenes
guardias tensándose al lado de la puerta de metal dorada que guardaba fielmente
ante la presencia de la mayor autoridad de la guardia de Do-Urh.
-Pido asilo. -dijo una voz femenina en
tono suave pero firme. Sir Anthony sintió un escalofrío mientras se levantaba,
alejándose de la pequeña hoguera para acercarse a la puerta.
- ¡Identifíquese! -solicitó el guardia.
-Mi nombre es Aina, Hija Maldita del
Desierto. -se escuchó al otro lado de la reja metálica.
-Abrid. -dijo Sir Anthony con voz
autoritaria mientras se quedaba quieto frente a la puerta dorada, sin acabar de
creerse aquello. Frente a él, una silueta cubierta con una capa negra se
mostraba cauta.
Uno de los guardias se acercó a los
animales para despertarlos y mover los símbolos. Los animales empezaron a
caminar y con ello la puerta empezó a alzarse lentamente. Sir Anthony contenía
parcialmente la respiración mientras las antorchas doradas del interior del
recinto iluminaban parcialmente las sombras al otro lado. Cuando finalmente la
puerta estaba llegando a lo más alto, la silueta empezó a caminar hacia el
interior de la ciudad. Los guardias la miraban intrigados, con una ansiedad y
un nerviosismo evidentes. La Hija Maldita. La dorada que mató a Vladimir, hijo
de la Guardia de Do-Urh. El favorito del que había sido la ciudad que lo vio
crecer. El que había sido su compañero. Incluso sabiendo que él y sus hombres
actuaban a traición, no podían evitar ese sentimiento, esa emoción, de claro
rechazo. Tras avanzar unos pasos, dos guardias se colocaron a ambos flancos a
su espalda mientras un tercero volvía a activar los mecanismos para que la
puerta descendiera tras ella. Lentamente, evitando hacer un movimiento que
pudiera alertar a los guardias, la silueta alzó sus manos hasta su capucha,
para mostrar finalmente su rostro. Sir Anthony sintió que su corazón latía de
nuevo. Que respiraba cómo no lo había hecho durante mucho tiempo. Frente a él,
como si nada hubiera pasado, estaba Aina. Su piel dorada relucía con la luz del
fuego y sus ojos de color miel brillaban con personalidad propia. Su rostro
tenía el brillo del oro puro pero su cabello dorado caía a su alrededor en
cientos de pequeñas y finas trenzas, un peinado mucho más frecuente entre
plateados que no entre los suyos. Su ropa no era tampoco la habitual de los
dorados. Las telas finas habían sido sustituidas por pieles de colores
grisáceos que cubrían la mayor parte de su cuerpo. Unos pantalones de cuero
negro cubrían sus piernas y en sus pies unas botas forradas con el cálido
pelaje de algún animal de los picos eran signo inequívoco que Aina había estado
viviendo en tierras plateadas y había sobrevivido pese al frío y los peligros
que allí acechaban. La mirada de Sir Anthony se volvió orgullosa mientras la
miraba desde esa distancia que los separaba. No vaciló. Dejó que toda su
autoridad se sintiera en su gesto, en su posición y en sus propias palabras.
Sin acercarse a ella, conteniendo las emociones que su presencia había
despertado en él, su voz sonó firme dentro de las murallas de Do-Urh.
-Ya nadie te conoce por ese nombre. -dijo
con voz firme. -Arriesgaste tu vida para salvar a la Mano Izquierda de Do-Urh.
El pueblo de Do-Urh, con el beneplácito del Consejo y de su Rey, te ha
reclamado como hija suya. Anotad su llegada.
-Aina, Hija Maldita de Do-Urh. -dijo el
erudito apostado en una pequeña mesa en la que hasta aquel momento había estado
reposando más que otra cosa. Su pluma se alzó y tras introducir el extremo
metálico en un recipiente lleno de tinta y sacarlo con sumo cuidado dosificando
la cantidad de tinta, el escribano escribió lentamente, con precisión, su
nombre. Revisó su obra antes de levantar la mirada en su dirección y finalmente
el escribano añadió con una tímida pero gentil sonrisa. -Bienvenida a casa.
Hay un tercer libro publicado de los pueblos perdidos? Estoy acabando el segundo y no encuentro más
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